martes, 20 de noviembre de 2007

Prometeo: Entre Esquilo y Platón.

“La Orestía enfoca de manera sublime una sombría cuestión de familia, la de los atridas, con una perspectiva teológica y política, que le confiere dimensiones de ejemplaridad. El Prometeo encadenado se sitúa de entrada en el plano divino, los hombres solo existen en el discurso del Titán, no se los ve nunca: todo ocurre entre dioses, en un nivel que podría calificarse de cosmogónico; el poder de Zeus no se ha afianzado aun, los hombres han superado apenas un estado de animalidad, el que conocían antes de que Prometeo les concediera, junto con el fuego hurtado al cielo, el conjunto de artes que justamente habrán de distinguirlos de los animales. Las relaciones entre dioses se caracterizan por una conquista violenta y ahora los dioses “antiguos” vuelven a mostrarse a la luz del día: Océano mismo aparece en escena. Ni siquiera las formas han sido definitivamente fijadas: Io, princesa argiva, se transforma en ternera. En una palabra, el universo religioso del espectador contemporáneo de la redacción del prometeo encadenado despunta apenas en el horizonte de este drama, se lo entrevé furtivamente en ciertas aperturas hacia un lapso ulterior del tiempo, cuando se verá a Prometeo y a Zeus reconciliados, cuando el mundo habrá alcanzado su verdadero equilibrio bajo el reinado de un Zeus ya seguro de su victoria.

Para los espectadores de la época, prometeo era sin duda conocido en primer lugar a través de los poemas de Hesíodo. Pero a los atenienses también les era conocido por la fiesta local de las Prometeia, la que comportaba una carrera de antorchas(es decir un ritual de renovación del fuego; cuanto mas rápidamente el fuego franquea la distancia entre su punto de partida, el fuego nuevo, y su punto de llegada, el sitio en que se encenderá nuevamente, mejor conservará su potencia original). De tal manera, prometeo es desde luego aquel que manifiesta su astucia- como lo señala una interpretación de su nombre-, pero dicha astucia esta ligada sobre todo al robo y utilización del fuego. Prometeo es la encarnación divina de la tecnología, ese rasgo que distingue al hombre del animal, pero cuya conquista se paga con cierta forma de ruptura respecto del orden cósmico. Platón volverá mas tarde al mito de Prometeo (en su Protágoras 320ac) para hacerle reafirmar esa diferencia y en que forma es preciso aprender a utilizarla: en el momento en que los dioses crean a las especies mortales, Epimeteo, hermano de Prometeo, se encarga de asignarles cualidades complementarias de sus deficiencias, para que cada especie tenga la posibilidad de sobre vivir. Prometeo observa entonces que, en el momento en que los hombres están a punto de llegar a la “luz”, ya todo ha sido distribuido: quedarán pues desnudos e indefensos. Apiadándose de su situación, roba para ellos “el arte de Atenea y de Hefesto, junto con el fuego” (dado que sin el fuego nada valdría ese arte). Zeus por su parte conserva el “arte político”, a saber, el arte de vivir en sociedad, algo que Prometeo no puede así conceder a los hombres. Por consiguiente, estos no podrán ni organizarse, ni a fortiori, defenderse. Es entonces cuando Zeus les envía, para paliar esa grave insuficiencia, “respeto” y “justicia”, dos ingredientes fundamentales del “arte político”: quienes no pueden tener su parte de respeto y justicia deberán, según este relato, ser sencillamente exterminados como una “enfermedad de la ciudad”. Como vemos lo que narra esta historia es, entre otras cosas, que la tecnología no es suficiente para distinguir el hombre del animal, que existe otra dimensión fundamental que lo caracteriza y con la que nada tiene que ver Prometeo: el hecho de que el hombre vive en sociedad (“el hombre es un “animal político” dirá mas tarde Aristóteles para expresar esa dimensión) Dicho arte es el arte soberano, concedido en este caso por el soberano de los dioses y de los hombres, y que muy a menudo es el tema fundamental de la tragedia.

De existir una trilogía trágica, o una tragedia, de la que el relato platónico fuera un resumen (y ante la bien conocida rivalidad de Platón con los trágicos no esta prohibido pensarlo), no sería con toda seguridad al trilogía en la que debería insertarse nuestro Prometeo encadenado: En efecto, en nuestro texto, el catalogo de los beneficios de Prometeo para con la humanidad se cierra con la constatación de que no hay arte que los hombres no deban a Prometeo. Desde luego podría tratarse de una fanfarronería del titán, fanfarronería que Zeus podría contradecir mas tarde en la parte perdida, acerca de la cual tenemos siempre la posibilidad de especular: sin embargo bien se ve que, entre los beneficios enunciados en el catalogo, hay algo mas que la simple tecnología del fuego: explícitamente se mencionan la escritura y la adivinación.

Ambas partes constituyen desde el punto de vista griego ejes de comunicación. Comunicación entre humanos en lo concerniente a la escritura, comunicación entre el mundo de lo divino y el de los hombres para la adivinación: es justamente el espacio de la ciudad el que queda así definido, en su doble dimensión de colectividad humana y de comunidad fundada en la observancia de los mismos ritos religiosos; y ello implica, por consiguiente, que el ámbito de la política no esta reservado en esta tragedia, a algún otro benefactor competidor de Prometeo, a diferencia de lo que ocurre en el relato de Platón.

Sin embargo, si es razonable distinguir así el prometeo de Platón del de Esquilo, esto nos permite ver con mas claridad que hay puntos en común entre la intención fundamental del Prometeo encadenado y la de la Orestía: estriban en la dificultad de establecer un equilibrio en la ambigua relación que une a los humanos bajo la mirada de los dioses y en el respeto de un orden cósmico del que estos últimos serían los garantes.

De una introducc. de André Hurst de una edición de Prometeo de Esquilo /1995 Ediciones Nueva Visión- Buenos Aires.

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