domingo, 10 de febrero de 2008

Ensayo. Viernes 8 de febrero







Hay un lugar donde claramente nos vemos los ojos. Una coordenada precisa en la que caminanos desde el inicio de nuestro trabajo. Diría que cada uno se sostiene en el otro desde esa mirada, para nada explícita, claro; pero singularmente profunda. Cala hondo en la decisión que cada uno de nosotros tomó por estar acá, por encontrarnos desde nuestra singularidad y creer en un colectivo posible pese al páramo que nos rodea. Y está lejos de la fragilidad esa manera de renocernos en la práctica.
Ahora están allí y escribo. Los veo precalentar en silencio, un disco de Bach choca con el bullicio de Avenida Córdoba. Claire estudia la pauta de sonido. Diego está a punto de prender un pucho pero no; aguanta frente al equipo de música. El espacio está limpio.Sin megáfono, ni altoparlantes, ni guitarra. Sin sillas ni mesa. Están ustedes y la luz de un cielo plomizo que antecede a una tormenta de verano.
Están ustedes. Cuerpos en la marea de silencios cargados de sentido. Siento las respiraciones, las ansiedades, los temores; las pausas, el peso con que se arraigan al piso del estudio para luego saltar. Siento de manera contundente la decisión de transitar esa madeja de sentidos. Veo el crecimiento en el trabajo, algo palpable, concreto de cada uno de ustedes. Y en eso creo profundamente.
Hablo del tejido de acciones que nos configuran sin decir ni remarcar nada. Cada uno transita un lenguaje que sortea incertidumbre y crea el espacio del encuentro, con las pequeñas y grandes virtudes que eso implica. Desde allí claramente crecemos.
Sabemos que desde hoy los ensayos nos plantean otra realidad. Que tenemos una baja. Pero también que ya transitamos un camino que nos permite trazar, desde la ausencia, una acción que contenga el peso de la pérdida y, a la vez, alimente nuestra dinámica de trabajo. Que la ausencia se revierta en una energía que nos devuelva una mayor idea de conjunto.
Escribo y creo que la lluvia en cualquier momento golpeará fuerte nuestro techo. Pero acá estamos.






Así que… Bienvenido Starosta, le presento al señor Camoranesi. Supongamos que su nombre podría ser Héctor. Pero nadie lo llama así porque…digamos, es de esas personas que crean distancia. Sabemos, con seguridad, que le gustan las armas y las manipula generosamente. De chico, su padre, un ex comisario de la Tercera de Quilmes, lo llevaba al Tiro Federal para practicar. El niño se aburrió soberamente pero después le tomó el pulso a las armas. Primero con un aire comprimido, luego con pequeña carabina calibre 22. Después, ya todo fue más fácil. Camoranesi, a la hora de meter bala no tiene caja de ahorro pero en realidad --le pido Starosta que este comentario quede entre nosotros-- ese despilfarro de pólvora ante cada asesinato responde más a la cobardía que a su ansia de sangre. También sabemos que no fuma --pero en una época indagó en Los Particulares 30-- que tiene cierta claridad política pero es impaciente con quienes no poseen esa cualidad. Que tiene algo personal con Pontani, bronca, algo de respeto y, por supuesto, temor. Todo junto y al mismo tiempo. No sabemos por qué. Así que, si se produce un encuentro entre ambos --siempre hay una mente retorcida capaz de provocar ese choque y verlo desde una butaca-- todo puede terminar mal. También tenemos información que, pese a su origen italiano, detesta los encuentros familiares y la liturgia dominguera de los tallarines. Digo, tenga esa precaución antes de generar cualquier reunión con él. Si piensa en un regalo, creo que le gusta un amplio abanico musical: desde Leo Dan y Leonardo Favio hasta los poemas lunfardos de Julián Centeya. Pero escucha música en soledad.

1 comentario:

Diego Starosta dijo...

Camino de un alado al otro. Encerrado en mi tugurio imagino un Particulares que mitigue mi ansiedad. ¿Quien soy? ¿Como llegue hasta aquí? ¿Como resuena mi voz en la cavidad de mi recorrido? Desde aquellos días que acompañaba a mi padre al polígono. ¿cuales son las marcas en mi cuerpo que denotan un transito pesado? Transito pesado: por la derecha por la la izquierda. Es lo mismo. El camión tiene que avanzar. La carga tiene que llegar. Me gusta hablar pero las palabras me derrumban cada vez mas, sin embargo, hago lo que tengo que hacer. Soy un mensajero, vivo en la ilusión de vivir mi vida pero sé que soy espejo de otros, siempre lo fui. Ya no lo cuestiono. Antes lo llamaba lealtad ahora es solo devenir.
Camoranesi