Hace cuatro años, Leo Vaca tomó la foto de este algaborrobo blanco que Don Sixto Palavecino plantó en el patio de su casa. A partir de ese momento, aquella foto me acompaña. Recuerdo ese día y la situación: Don Sixto, que promediaba casi un siglo de vida, se reencontró con su violín después haberlo abandonado por años. El hombre estaba en silla de rueda y también de luto tras la muerte de su compañera de toda la vida: Argelia. Sixto había decidido dejar la música. Sentía la carencia de sensibilidad en sus manos. Pero esa mañana, el hombre se reencontró con su instrumento. Fue, en principio, un reencuentro leve, de silencio y respeto mutuo: él y su violín. En el interior del estuche de su falso stradivarius, tenía dos imágenes: su mujer Argelia y el Comandante Ernesto Che Guevara. Al abrir el estuche, primero, dio sus reverencias a las imágenes; luego, tomó el violín y tocó. Toda la casa se impregnó de música. Más tarde vinieron otros músicos del interior santigueño para homenajearlo. Esa tarde- día- noche Sixto develó destellos de su historia: música, monte, salamanca y otros misterios. Sin muchas palabras, sólo tocó. Y Sixto es un hombre sabio. Conocedor. Si la verdad podría definirse de alguna manera, creo que pondría aquél día como ejemplo. Sumaría las pocas palabras de ese hombre que mezclaba castellano y quichua. Lenguaje mestizo. No daría más explicaciones porque no las hay. Estuvimos con Leo en Santiago del Estero varios días. Fue un viaje intenso, por varias razones, que también profundamente compartimos. No existe la casualidad si sospechamos que cada encuentro construye, de alguna manera inexplicable, la coordenada por la que caminamos. Que Leo se sume hoy a nuestro trabajo y nosotros al suyo, me pone muy felíz. Leo, gracias en nombre del grupo. Lo abraza, Castilla.
viernes, 7 de marzo de 2008
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