lunes, 28 de enero de 2008

En algún momento, el retorno


Días que llegan y confrontan. Se comprende, entonces, que conocer suele ser una instancia del movimiento donde jamás se pierde la capacidad de asombro. Que la forma de ese conocimiento, translúcido no se devela en grandes revelaciones sino que alcanza su intensidad en instantes de encuentro. Casi como instantáneas que nos modifican en lugares insospechados pero que, sin embargo, están allí y aguardan la significación de una lectura de azares pero también de causalidades- complicidades provocadas en el camino. Un sentido propio, único de cada destino que conjuga experencias en el trabajo. Siempre una forma verdadera, si es posible definir desde la subjetividad ese carácter de las circunstancias. Se torna vivo ese conocimiento porque es un modo de estar y dejar marcas para luego seguir el viaje. No en la efímera circunstancia de un recorrido dislocado, sino en la profundidad de un cincelado de la palabra y la acción. Así, el itinerario de ese modo de conocer se construye desde la incerteza del destino pero con la claridad y la decisión de cada paso dado. Un modesto plan de operaciones.
En ese movimiento incesante --El mismo mar nos lleva y nos trae-- uno canibaliza referencias desde la práctica. Absorbe sus referencias en la urgencia, durante los tiempos magros de creación que dejan las tareas y los días. Se escribe, se hace, en el desgarro; en los resquicios, en la inquietud. Con la vértebra de una herencia de maestros y otras trayectorias que nos acompañan. Pero siempre con la vísceral necesidad de un decir que construye su propio tiempo y sentido dentro de un contexto donde se instala como discusión posible. Intervenir, entonces, con la certeza de que la lúdica circunstancia de creación es posible desde el cobijo de relaciones que, desde las mínimas acciones, trazan su trayecto y logran armar la identidad de una práctica. Y esto quiebra el brote del cinismo, no más que una solapada manera de mantener los márgenes de la cobardía y la distancia.



Hay que caer y no se puede elegir dónde

Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,

cierta pausa del golpe,

cierta esquina del brazo

que podemos torcer mientras caemos.


Es tan sólo el extremo de un signo,

la punta sin pensar de un pensamiento.

Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos

y la miseria azul de un dios desierto.

(Roberto Juarroz)




II

Cuando la noche es más oscura...


¿Qué decir? ¿Cómo intervenir en una marea espasmódica de producciones teatrales como la del mercado en Buenos Aires? ¿Para qué? ¿Cuál es el sentido de trabajar con el mito de Prometeo en una época de mitologías astilladas? ¿Cuál es el peso político de una intervención teatral, de una evocación de la tragedia? ¿Teatro y política? ¿La representación de un lenguaje en tiempos donde lo político se transfigura en caricaturas y borrones?


Estas fueron preguntas que cruzaron las mesas de trabajo durante los ensayos del año pasado. Si el mito es aquello que acelera el tiempo o crea su propia temporalidad dentro de otro gran tiempo, como es el de la Historia; si el mito inyecta su tiempo en la (H)istoria, para acelerarla o comprimirla en la significación de sus tropiezos y matices. Entonces, cabe mencionar, brevemente y de perogrullo, una mitología política en la historia reciente --sólo algunos--: El Che, el peronismo, los setenta... Pero ¿qué sucede cuando el mito queda en pinup de una generación que creció sin claras referencias movilizadoras? ó ¿Qué sucede cuando esa mitología se cristaliza en burda asimilación gubernamental como política de estado que fetichiza, desmoviliza y anquilosa cuánto reconoce? La fragilidad de la memoria fragmentada, fetichizada, es también, por distintas experiencias personales, nuestra herida. En algún momento, cabe pensar en la generalidad de la incerteza. De un árido terreno o en la ilusión de contornos de transición aparente. Intervenir será provocar el balbuceo, la tentativa constante de una fragmentación de significados que traza su propio dibujo sobre las piezas en desorden o vaciadas de sentido. Balbucear es el intento por construir un lenguaje audible en épocas oscuras. Es tantear para ingresar en palabras que elaboran la coordenada justa donde caminamos frente al desvarío. Nos escuchamos, apenas, en la oscuridad de días en los que hay mucho por decir; más por hacer o sembrar en un terreno malo e indefectiblemente conocido.

1 comentario:

mauroliver dijo...

Hago aquí un aporte que no es mío, sino transcripto de www.deugarte.com, una referencia ineludible en mi derrotero de los últimos meses:

«El mito al ser asumido genera realidad social. Al asumirlo -que no es lo mismo que creer en su realidad histórica- la gente se comporta como si su sujeto (la nación) tuviera realmente una memoria y esa memoria fuera operativa. Los resultados del mito son indistinguibles de los que produciría el consenso general sobre el más contrastado y auténtico discurso histórico. El mito es generador de verdad social, pues no hay modo en el presente de falsarlo basándose en sus resultados políticos y sociales.»

«Por eso el argumento racionalista que viene a decir símplemente que los relatos del nacionalista son cuentos no llega ni a arañar su conciencia identitaria. El consenso generado por el mito, una vez es utilizado como parte del estatus social, es en si mismo generador de verdad también. El consenso identitario nacionalista no surge de una lectura común del pasado, sino de una vocación compartida, de un mito de futuro, que genera un pasado a su medida destinado a reforzarlo. A nadie -salvo a los más inocentes conversos- le importa su verdad histórica. Son verdad social y políticamente.»

Salú,

Mauroliver