Hace unos días, en La Habana, Adys hizo lectura y devolución de nuestro Prometeo. Quizás ajena a las referencias que se manejan en el texto de la obra, ella cruzó el material con otros textos. Breve pero interesante cruce. Entre otros escritos, pasó un libro: "Sueño compartido" de cartas entre Alfredo Guevara, fundador del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos y director del Festival de La Habana) y Glauber Rocha, director de cine, crítico y creador del Cinema Novo Brasileño. Una correspondencia fechada entre 1960 y 1979. Sin duda, se trata de uno de los libros más intensos que he leído en mucho tiempo. Quizás, por la carga de todos los ecos que trae la historia de dos creadores fundamentales de la cultura latinoamericana. Quizás, por la cercanía y las experiencias que estos dos hombres cultivaron en la distancia, sin conocerse durante mucho tiempo más que por el trabajo de cada uno, las cartas y la necesidad de producir un encuentro que los reuniera en algún lugar del mundo. La Habana- México- Paris-Roma- Moscú-Viña del Mar. En cada carta de "Sueño compartido", se retrata una época y fundamentalmente la parábola de Glauber Rocha como artista, sus itinerarios y erráticas locaciones, y su militancia revolucionaria. Un combo que cosechó detractores tanto de la izquierda, tradicional y reaccionaria; como de la derecha más recalcitrante. Rocha comprendía que el tiempo daría el margen de una compresión de su obra más allá de la época en que vivió.
Extracto de "El cine de la valentía", 21 de mayo de 1967.
Los que antes me han llamado genio, ahora me llaman imbécil. Devuelvo la genialidad y la imbecibilidad. Soy un intelectual subdesarrollado como sus señorías, pero frente al cine y la vida tengo al menos el valor de proclamar mi perplejidad. El cine no me interesa de la manaera que le interesa a ustedes. El cine para mí es un medio, incluso para mi suicidio, pero también podría ser una pistola. Yo tengo el valor de apretar el gatillo, ustedes no tienen siquiera la humildad de analizar un film nuevo que no respeta las ideas tradicionales de los maestros del cine, que han formado su tranquilo aprendizaje. De hoy en adelante los dispenso de su opinión sobre mis films pasados y futuros. Con la seguridad de quien afronta sus propios riesgos hacia un camino que no es ni el del servillismo, ni el de la impotencia, ni el de la contemplación, les contesto con una frase de mi amigo y maestro Heitor Villalobos. "Mis obras son cartas a la posteridad, de las que no espero respuesta.
FRAGMENTOS DE ESTETICA DE LA VIOLENCIA. Glauber Rocha. (Génova, enero de 1965)
...El problema internacional de América Latina no es más que una cuestión: el cambio de colonizador; por consiguiente, nuestra liberación está siempre en función de una nueva dominación.
El condicionamiento económico nos ha llevado al raquitismo filosófico, a la impotencia a veces consciente, a veces no: lo que engendra, en el primer caso, la esterilidad, y en el segundo, la histeria. De ello se deriva que nuestro equilibrio, en perspectiva, no puede surgir de un sistema orgánico sino más bien de un esfuerzo titánico, autodestructor, para superar esa impotencia. Sólo en el apogeo de la colonización nos damos cuenta de nuestra frustración. Si en ese momento, el colonizador nos comprende, no es a causa de la claridad de nuestro diálogo, sino a causa del sentido de lo humano que posee eventualmente. Una vez más el paternalismo es el medio utilizado para comprender un lenguaje de lágrimas y de dolores mudos.
Por eso, el hambre del latinoamericano no es solamente un síntoma alarmante de la pobreza social; es la ausencia de su sociedad. De ese modo podemos definir nuestra cultura de hambre. Ahí reside la práctica originalidad del nuevo cine en relación con el cine mundial: nuestra originalidad es nuestro hambre; que es también nuestra mayor miseria, resentida pero no comprendida.
Sin embargo, nosotros la comprendemos, sabemos que su eliminación no depende de programas técnicamente elaborados, sino de una cultura del hambre que, al mirar las estructuras, las supera cualitativamente. Y las más auténtica manifestación cultural del hambre es la violencia. La mendicidad, tradición surgida de la piedad redentora colonialista, ha sido la causa del estancamiento social, de la mistificación política y de la mentira fanfarrona.
El comportamiento normal de un hambriento es la violencia, pero la violencia de un hambriento no es primitivismo: la violencia estética de la violencia, antes de ser primitiva, es revolucionaria, es el momento en que el colonizador se da cuenta de la existencia del colonizado.
A pesar de todo, esta violencia no está impregnada de odio sino de amor, incluso se trata de un amor brutal como la violencia misma, porque no es un amor de complacencia o de contemplación, sino un amor de acción, de transformación.
Ya se han superado los tiempos en que el nuevo cine necesitaba explicarse para poder existir; el nuevo cine necesita hacerse un proceso a sí mismo para darse a comprender mejor, por lo menos en la medida en que nuestra realidad puede ser comprendida a la luz de un pensamiento que el hambre no debilite o haga delirante.
Nuestro cine es un cine que se pone en acción en un ambiente político de hambre, y que padece por lo tanto de las debilidades propias de su existencia particular. -
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