POR LÍA NOGUERA |
Rescribir un clásico, rescribir una tragedia, deviene en una tarea en la cual las estructuras significantes del intertexto que se transponen se actualizan con el fin de hacerlas decir “algo nuevo” sobre nuestra realidad, sobre nuestros propios mitos cotidianos. Sin lugar a dudas, el teatro argentino se ha valido en muchas ocasiones de las tragedias griegas para intentar comprender, a partir de los conflictos trágicos que ellas plantean y su posterior resignificación, diferentes traumas que han atravesado diferentes zonas de nuestra propia sociedad. Pensemos si no en Antígona Vélez (1951) de Leopoldo Marechal, El reñidero (1964) de Sergio De Cecco o la Antígona furiosa (1986) de Griselda Gambaro, entre tantas otras. En esta ocasión, el texto de Juan José Santillán, Prometeo hasta el cuello, que toma la tragedia de Esquilo, Prometeo encadenado, y que es llevada a escena bajo la dirección de Diego Starosta -primero en la Ciudad Cultural Konex y luego en el Teatro del Abasto- se propone indagar sobre los pasados años setenta en la Argentina a partir del personaje de Augusto Pontani, quien ha cometido traición durante una interna política. El héroe es encerrado e interrogado constantemente por dos personajes, quienes a fuerza de palabras intentan descubrir el secreto que oculta nuestro Prometeo argentino. Distribuidos en un espacio casi claustrofóbico, una caja en la cual constantemente, y de forma incipiente, cae una lluvia que refiere metafóricamente el castigo prometeico, como así también, a la perseverancia en lo trágico -y enmarcados por un coro que reintensifica la opresión que vive el protagonista de la acción- los actores se desplazan por la escena haciendo notar que la mayor intensidad está puesta en “la palabra” y todas las interacciones se mediatizan a partir de su utilización violenta. Por lo tanto, el trabajo del cuerpo se relega ante un discurso denso en cuanto a las referencias políticas que vehiculiza, provocando en el espectador la necesidad, casi imperiosa, de recurrir al texto dramático con el fin de reponer todo el universo simbólico al que refiere Santillán. Si bien, del Prometeo esquiliano quedan sólo esquirlas, se puede reconocer que éstas siguen remitiendo a la imposibilidad por parte de un sujeto de intentar superar aquello que está por encima de su propia ubicación en el plano social: ya no es un hombre enfrentado a los dioses sino su enfrentamiento a un aparato político que se presenta como desarticulador de su propia experiencia. Entonces, el héroe deviene en mártir que rápidamente deberá ser apuntalado por un arma que culmina sellando sus palabras y por lo tanto coronando su derrota. Así lo dice el programa de mano: “La muerte y la vida confunden sus contornos. Ya no hay héroe ni traidor, sólo queda acontecimiento.” http://www.ruletachina.com/review/rch10/teatro/index.html |
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